Por: Luis Ojeda Espinoza.
Han pasado 57 años desde que una multitud se congregó frente al mar, durante casi una semana, para ver el naufragio y el penoso rescate de un gran buque-tanque en la playa chorrillana de La Herradura.
Era la década del 60 y algunos chorrillanos no podemos olvidar que cuando éramos niños nuestros padres nos llevaban a ver como el mar devoraba ese inmenso barco petrolero, que se revolvía junto a los remolinos que cubrían la proa y popa de la nave.
Todavía se puede recordar el tenebroso ruido que producían los fierros y maderos doblándose y rompiéndose bajo el mar y, en la superficie, varias decenas de pescadores esperaban con sus botes listos para ayudar a los marinos, quienes comenzaron a evacuar todo aquello de valor de la nave. “Es el Caplina”, se escuchaba gritar, en medio de la confusión.
La noche del 31 de enero de 1963, la desgracia cubrió como una nube al navío que llevaba el singular nombre, en honor al río tacneño “Caplina” y que desde esa fecha dio nombre también a la playa chorrillana, cercana al Salto del Fraile.
Se trataba de un buque-petrolero, con 1,262 toneladas de petróleo, que encalló en La Herradura amenazando con contaminar las principales playas del distrito, con la consiguiente pérdida económica de miles de chorrillanos, que tenían variedad de negocios en torno a la temporada veraniega.
Llevaban 9 horas de recorrido
El “Caplina”, zarpó a las 8 de la mañana de ese jueves 31 de enero, de las instalaciones de la International Petroleum Company (IPC) del Callao y se dirigía al puerto de San Juan de Marcona (Ica). Pertenecía a la empresa “Transportes Unidos de Petróleo S.A. (TUPSA)”.
Según relató el capitán de la nave al ser rescatado, José Herrera Navarro (56): “a eso de las 5 de la tarde el motor de la nave sufrió desperfectos y colapsó, manteniéndonos al garete. La tripulación lanzó por radio pedidos de auxilio, pero no encontró rápida respuesta. La marea y las corrientes marinas llevaron la nave a la costa hasta que se topó con rocas y bancos de arena que hicieron encallar el inmenso navío a unos 400 mts. de La Herradura.
Los 17 tripulantes, abandonaron el barco en tres botes de salvamento, mientras el capitán Herrera y el piloto, Julio Arrunátegui Suárez, se quedaron y pernoctaron allí para evitar que la nave sea arrastrada por la correntada mar adentro.
La zona de playa y el Paseo Billinghurst (camino a La Herradura), contaban con vigilancia de efectivos de la Comisaría de Chorrillos, jefaturados por el Capitán GC, Rigoberto Gala Delgado, quien comunicó el hecho a sus superiores. Los chorrillanos llegaron al lugar caminando para comprobar la dimensión de la desgracia. Esa noche, el mar tenía grandes olas y cubría la zona una tupida neblina.
Una nave de II Guerra Mundial
Al día siguiente, el 1° de febrero, se supo por los diarios que “El Caplina” fue construido en 1943 en los astilleros norteamericanos de Bethelhem Steel Company y tomó parte activa durante la II Guerra Mundial, como abastecedor de combustible a las grandes naves aliadas. En esa época se le denominaba “PY-2”.
Según una nota del diario “La Crónica”, después de la guerra, el buque fue adquirido en los Estados Unidos por la Compañía Interamericana de Negocios y Navegación, la que lo trajo al Callao con el nombre de “Urania” y así estuvo operando en la costa peruana hasta que lo traspasaron a Transportes Unidos de Petróleo S.A. (TUPSA), donde cambia de nombre.
Altos oficiales de la Marina dijeron que junto con el “Urania” llegaron al Perú otros barcos menores que habían participado en la guerra, los que fueron adquiridos por empresas particulares, a mediados del siglo XX.
Comenzó dramático rescate
Los chorrillanos, desde La Herradura, el Paseo Billinghurst y el Salto del Fraile, miraban como se realizaban las labores de inspección y rescate del “Caplina”. A eso de las 2 de la tarde del 1° de febrero, llegó un equipo de “hombres-rana” de la Marina peruana para reconocer el casco de la nave y establecer los daños producidos por la colisión con rocas.
Se evaluaba la posibilidad de reflotarlo y remolcarlo a un dique del Servicio Industrial de la Marina (SIMA), así como si era factible recuperar gran parte del petróleo que aún quedaba en los tanques del barco.
Al respecto, trascendió que para esa tarde esperaban la llegada de un “buque-chata” a fin de trasbordar el cargamento de petróleo, lo que no se realizó. Los periodistas, apostados en gran cantidad en la playa mencionaban que los “hombres-rana” informaron que el petróleo se escapaba en poca cantidad por las compuertas de los tanques y era arrastrado por las corrientes internas mar adentro.
Los días subsiguientes el rescate se mantuvo en compás de espera. El 6 de febrero, un diario informó que la Marina de Guerra del Perú hizo una propuesta a la empresa propietaria de la nave para iniciar los trabajos de reflotamiento. Pidió un millón de soles, y no garantizaba el éxito de la operación. Los propietarios de TUPSA precisaron que estaban a la espera que llegue a Lima un agente de la aseguradora “Underweitters Insurance Co.”, de EE.UU.
Lo dejaron en su tumba marina
Finalmente, el 9 de febrero, se dio la noticia final sobre esta nave. El “Caplina” será desmantelado en su tumba marina, al fallar todos los intentos por reflotar dicha embarcación.
El anuncio lo hizo el Comandante Abraham Woll, propietario de la nave, quien también informó que se procederá a aligerar lo que resta de los tanques de petróleo. Agregó que en la operación de desmantelamiento se contará con el remolcador “Curleto”, de la empresa Remolques Marítimos S.A. y un buque-tanque de la International Petroleum Company (IPC).
Fue el final del buque petrolero, aunque no se llevaron todos los restos de la nave y para los veraneantes chorrillanos quedó un lugar más de aventura. Muchos nadaban hasta lo poco que quedaba del buque, se subían a fierros y maderos, para de allí lanzarse en mil piruetas a las aguas del mar. Luego, otros comenzaron a llevarse esos fierros y madera y, al pasar los años, desapareció por completo.
Este suceso no ha vuelto a repetirse en las costas de Lima. Muchos somos la generación chorrillana del “Caplina” y lo seguiremos siendo mientras tengamos memoria y el mar siga guardando tan arraigados recuerdos.